Autor: Arquidioniso
viernes, 01 de febrero de 2008
Sección: Artículos generales
Información publicada por: arquidioniso


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El noble y misterioso arte de peinarse al caminar.

Como si dijeramos que la Historia también se aprende, cuando uno camina hasta los museos y las peluquerías.

Tengo a bien informar a la ilustre ciudadania, que como un gesto bondadoso de la Naturaleza, o de la Divinidad, o de lo que usted quiera, hemos sido dotados con unas protuberancias cilíndricas y carnosas que compuestas de dos segmentos principales y articulados, descienden desde las nalgas, hasta que al llegar al piso, cambian de dirección y toman la delantera en un quiebre de noventa grados y se proyectan en forma de un pan aplanado y con unas bolitas uñosas.


Dichas protuberancias sirven, para que en un acto gracioso y casi olvidado, avancemos hacía adelante, atrás, a la izquierda o a la derecha. Estas acciones son menos agitadas si se efectuan con parsimonia y elegancia, y no a trompicones o con el vano intento de hacerlo con los dos piés a la vez. Tómese nota de esto, ya que también tienen pelos.


Si usted recuerda su infancia lampiña e imberbe, es posible que jugara al oscuro y bobo paso a paso, conocido como "gallo-gallina. Pues bien, eso es caminar. Y es simple, pero hoy parece una tarea heróica. Yo sí recuerdo mi infancia oscura, la de los aterradores episodios escolares, en los que por fortuna, y para hacer frente a las aburridísimas clases de la aburridísima señorita Dolores, mi maestra de tercer grado, sorda como una lápida, sexanaria impenitente y enjundiosa rezandera, desarrollé una habilidad notable y repugnante, además de caminar hasta el salón de Historia. 


A los ocho años, me vomitaba a voluntad dentro del pupitre.


En esa miasma se ahogaban mis Libros y cuadernos, el Ripalda y algunas cosas innombrables. El clamor general se hacía audíble para la sarcofágica Lola, quien me conminaba a salir del áula y lavar el mueble mancillado por mi desayuno a medio digerir.


Esa tarea la hacía en el patio de la escuela y bajo un arbol de guayabas habitado por las hormigas. Era mi trunfo sobre la clase de aritmética o de catecismo, pero jamás lo intenté en la de Historia Patria. ¡No, esa nunca!


Los misterios heróicos de los personajes nacionales, me carcomían el seso por días enteros, en los que tirado de panza en el patio de mi casa, cuando no había jugada de baraja, intentaba descifrar las claves del acontecer mejicano.


Comencé con Don Benito Juárez, que como todo el mundo sabe, le daba por pronunciar frases célebres desde chiquito. Las láminas ilustradas de mis Libros de Historia, lo presentaban como un señor chaparrito, vestido de frac y peinado con un tupé lustroso.


La ignominiosa Lola nos platicaba la historia del indito presidencial, que nació en el pueblo de Guelatao, en Oaxaca...pero con su pronunciacion bronconeumónica, nunca entendí lo que decía, y solo escuchaba "enguelatáo". Se me hizo muy maja la forma de decirlo y creí que el "guelato" era una especie de fijapelo poderoso, que le daba a Juárez ese acabado brilloso, como de cantante de tangos arrabaleros.


Asi las cosas, caminaba unas dos cuadras para visitar el Museo del Estado y enfrentarme a los arcanos de la imagen de la Corregidora de Querétaro, la ilustre y lujuriosa Doña Josefa Ortíz de Domínguez, que le taconeó a los conspiradores, para que alcanzaran a huir cuando se declaró la guerra de Independencia.


Eso dicen, pero en realidad le avisaba a Don Ignacio Allende que era conveniente que se fuera con todo y casaca y pantalones, por que estaba por llegar el Corregidor.


Y con esos títulos tan corregidos y aumentados yo me preguntaba como era posible que la popular Josefita, fuera la única mujer mejicana que nació, vivió y murió de perfíl. Así salía en las monedas de cinco centavos, como si no hubiera tenido delantero, por que el trasero, vaya que Allende se lo consataba en forma casi notarial.


Allende usaba unas patillas como de rocanrolero de los sesentas; Iturbide no salía a fundar imperios sin su copete de cantante melifluo; el cura Morelos usaba un paliacate en la cabeza; el cura Hidalgo siempre andaba despeinado, como perseguido; Zapata clamaba y reclamaba la tierra y la libertad desde sus bigotones; a Venustiano Carranza las barbas lo convertían en el profeta de la revolucion y Don Panchito I. Madero cuidaba su atildada piocha con un esmero democratico y sin reelección posible y a pesar de su respetable presencia, de todos modos lo mataron.


Mis descubrimientos sobre las claves histórico-capilares de los héroes de la patria, fueron como mencionar a Lutero en Trento . La directora de la escuela, hermana de Lola la satánica, me declaró loco de atar y mandó llamar a mis padres, que no fueron, pero si fué mi abuela, que pontificó sobre los pelos como cosa de la mayor importancia nacional.


Lola la abominable ni cuenta se dió cuando me corrieron de la escuela, mi pupitre fue pintado con esmalte color verde y olvidé como vomitarme.


Hoy sigo aplicando el mismo metodo: Osama Bin Laden es un desarrapado barbudo y despeinado que osa enfrentarse al eterno after-shave de Bush; Hitler y Chaplin lucen el mismo corte del bigotillo; Castro ni se acuerda de afeitarse y Putin esta pelon; Marx jamás conoció el peine, cosa que le copió Einstein.


La historia es también cosa de pelos, y hay que saber caminar para verlos.

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