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  1. #1 Hersir 16 de jun. 2008

    Biblioteca: Oligarquía y caciquismo en la universidad y la ciencia españolas

    SUPERVIVENCIAS DE LA EDAD DEL HIERRO EN LA GALICIA AUTONÓMICA: "EL MITO DE CENICIENTO Y EL ACCESO A LA SOBERANÍA EN LA GALICIA CÉLTICA"

    Una prueba evidente de la supervivencia de algunos elementos
    de la Edad del Hierro en la Galicia autonómica lo constituyó sin duda el
    encuentro del folklorista irlandés John O´Meara con un anciano abandonado en
    una gasolinera próxima al Pico Sacro; anciano, que, como luego vino a demostrar
    el Instituto de Medicina Legal de la USC a través del análisis del ADN
    mitocondrial, era nada más y menos que un guerrero indoeuropeo abandonado por
    sus camaradas en esa gasolinera, siguiendo una antigua costumbre de las
    Männerbubnde, o cofradía de guerreros indoeuropeas, y aprovechando un momento
    en el que estaba distraído comiéndose una empanada.

    Poco antes de morir, aun pudo contar muchos mitos propios de
    su época, entre los que destaca el de ese personaje luego muy conocido en el
    folklore, aunque en su forma travestida: Ceniciento/a.

    Hace muchos, muchísimos años, vivía en el Reino de la Celtia
    un pobre y pequeño niño, al que llamaban Ceniciento.

    Ceniciento vivía en un gran caserón castreño de piedra con
    sus hermanos y hermanas, que siempre se reían de él y siempre lo humillaban,
    obligándole a recoger las cenizas. Vivía Ceniciento en una pequeña cabaña en la
    que se consolaba sus penas escribiendo unos poemas épico-mitológicos en lengua
    celta. Sus hermanos y hermanas se reían de sus poemas y de él, diciéndole que
    eran insoportables e increíbles. Ceniciento lloraba y lloraba, y consolaba sus
    penas pensando en irse a Irlanda.

    Gobernaba en el Reino de 
    Celtia un Rey, que tenía un único hijo al que llamaban el príncipe, y
    ese rey se había casado en segundas nupcias con una mujer muy astuta, muy
    ambiciosa y muy malvada, que era la Madrastra del Príncipe. La Madrasta era la
    dueña de todos los castros y castrillos, de todos los campos y todos los
    paisajes del Reino, y le concedía su gestión a quienes ella quería, que solían
    ser sus vasallos más fieles.

    Un día la Madrastra quiso deshacerse del Príncipe y le dijo:
    “querido hijo, eres ya mayor y debes irte de casa. Te concederé un castro, con
    grandes campos y bellos paisajes, para que lo gestiones, pero antes deberás
    casarte con la doncella más bella del reino”.

    El Príncipe, entonces, dictó un bando convocando un concurso
    entre todas las doncellas del Reino, en el que decía que se casaría con la que
    fuese capaz de realizar una proeza. Entonces Ceniciento decidió acudir a
    concurso. Él no podía, porque era un hombre –aunque pequeñito-, pero su asesor
    jurídico indoeuropeo, que había leído la teoría de George Dumézil y que sabía
    mucho de leyes, le dijo: “podemos hacer una alegación”. Y así lo hicieron.

    Basándose en la reforma del Código Civil Indoeuropeo del
    Reino, que el Rey había promulgado recientemente, apelaron diciendo que, dado
    que eran legales los matrimonios entre pernonas del mismo sexo, Ceniciento
    tenía derecho a casarse con el Príncipe, pasando a tener entonces la
    consideración de “doncello”.

    El Rey, reconociendo su agudeza, admitió la validez de la
    demanda, y así el día de la gran prueba allí estaba Ceniciento.

    El Príncipe les dijo a todas las doncellas del reino, y al
    doncello, que deberían meter el pie en un zapatito de piedra que estaba
    excavado en la roca.

    Todas las doncellas fueron llegando a la cima de la montaña,
    y por supuesto entre ellas estaban las hermanas de Ceniciento, pero sus pies no
    conseguían llenar el zapatito del Príncipe. Cuando llegó el turno de
    Ceniciento, metió su pie en el zapato y ¡oh! encajaba perfectamente, porque
    sólo Ceniciento tenían un pie tan grande. El Rey entonces lo proclamó vencedor
    y al día siguiente se casó con el príncipe.

    La Madrastra les concedió un gran castro muy antiguo para
    que lo gestionasen. El castro tenía mucho campos y bellísimos paisajes de los disfrutar,
    y así el Príncipe y Ceniciento tuvieron muchos hijos que le sucedieron en su
    labor de gestión indoeuropea del mundo castreño.

    Texto
    traducido del artículo de John O´Meara: “Indo-european Themes in a very old
    galician Folktale”, Journal of Celtic and Indoeuropean Studies, 78, 2007, pág.
    15.703/15.704.   

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